Estoy andando por Gran Vía a toda prisa. Todo lo rápido que me permite la zancada de mi falda, me costó cuatro euros en Mosaico. Voy resoplando, en una mano llevo una tarta apta para celíacas y en otra un bolso en el que sobresale un ramo de siemprevivas, son mis flores favoritas la verdad. Sé que voy justa de tiempo y que probablemente llegue tarde y aun así me paro a la altura del famoso espejo de Gran Vía y me hago una foto, una no siempre lleva un ramo de siemprevivas y una tarta sin gluten por la calle. Estoy atacada, no solo por llegar tarde, que también, todavía tengo que ir a recoger mis fanzines de la imprenta y no sé ni cómo han quedado y tengo que llegar al Lavadero y lo tengo que hacer justo en el preciso momento en el que Ana no esté presente, para que no descubra las flores y la tarta que obviamente son para ella. Me gusta la idea de centrar el protagonismo de la noche en Ana, al final es su expo y la celebración de su cumpleaños. Me parece perfecto esconderme en su figura, me hace olvidar que yo misma estoy expuesta, que mi nombre aparece por ahí, sin pseudónimos ni nada, al descubierto. Creo que es la primera vez que participo con un objeto tangible en un lugar lo suficientemente legitimado como para llamar arte a eso que llevo: literalmente, un tutorial impreso de cómo hacer una paella valenciana.
Cuando Dani me mandó por Whatsapp esa imagen en la que decía algo así como “hemos pensado en ti para participar en El Postalero :D” me sentí muy halagada, luego llegó todo lo demás. A lo largo de los últimos años me he ido haciendo consciente de que el arte tiene más que ver con la seguridad con que presentas tus piezas, con la capacidad de aplacar el fantasma de las posibles críticas, que con el acto artístico en sí mismo. Quizá, ahora que lo pienso, el acto artístico sea simplemente eso: nombrarlo como tal y que no te tiemble la voz. Pero a mí me tiembla la voz constantemente, pido ayuda todo el rato, soy totalmente dependiente, lloro de frustración y de inseguridad. El otro día una amiga me dijo “¿puedes dejarte de mierdas y empezar a llamar arte eso que haces?” y descubrí que en realidad no, no quiero hacerlo. En cierto modo me gusta mantenerme en esta postura estratégicamente escéptica, distante al mundo del arte, seguir observando como una especie de intrusa, aunque me cueste un lloro de vez en cuando. Tengo miedo de meterme tan dentro que sea capaz en algún momento de llevar un tutorial de paella valenciana a El Postalero y hacerlo sin pestañear.
Al final todo ha ido bien. Ana ha tenido su merecido protagonismo, la expo es preciosa, se ha quedado en shock por la tarta y las flores, hemos compartido un momento bonito con nuestras amigas y he vendido un par de fanzines. La prueba del arte, un día más, ha sido superada 👍