RETROCARTOMANCIA (XVI VII VIII)

Victor Borrego Nadal

Texto de catálogo. alRaso22. f(olklore) f(icción)

Becas de Residencia AlRaso22, Valle de Lecrín, Granada

Terminada la comida, Carlos puso sobre la mesa su baraja de tarot. Cada becario debía elegir al azar uno de los arcanos mayores.  En realidad, no recuerdo cómo fue; si cada uno tomó una carta o fue el propio Carlos el que las repartió; ni siquiera estoy seguro de haber estado presente en ese momento. El caso es que estos arcanos ejercieron un influjo, más o menos determinante en el trabajo que, durante el resto del mes, terminarían haciendo. En la última semana de residencia, cada participante volvió a elegir un nuevo arcano. Emma, que estaba diseñando el catálogo de la beca, me pidió que escribiera un texto en el que también estuviera implicado el tarot. Hace años que recurro al tarot como método combinatorio que me ayuda a producir nuevos recuerdos. También soy consciente de la coincidencia que supone que, las derivas vitales de estas diez personas, les hayan llevado a un lugar como El Valle, justo en este momento. Algo que resulta tan improbable como la sincronicidad que pueda darse entre una situación dada y el arcano concreto que aparece, en ese mismo instante, al voltear una carta del mazo. Disponía de dos arcanos para cada artista, decidí sacar yo mismo al azar un tercer arcano, antes de empezar cada reseña. De este modo podía partir de la riqueza de significados que ofrece la tirada de tres, al concentrar la simplicidad de un silogismo (dos premisas y una conclusión) con el potencial creativo del triángulo (A B C: A+B=C, A-B=C, etc.). Al principio no había prisa y el escrito lo fui demorando tanto que han pasado los meses y el recuerdo de aquellos días, poco a poco, se me borra. Es mi desmemoria —como dije— la que me lleva al tarot, pero, a veces, ni por esas. Ahora, por fin escribo. Automáticamente escribo. No sé desde qué voz. Escribo con expresión apretada. Escribo lo que en su momento no llegó a pasar por la escritura.

 


 

(XVI VII VIII) Dani se asoma a la ventana con la paciencia de un gato enamorado, imaginando cómo caen del cielo confetis, oropeles, sapos y hasta ladrillos que se transforman en panes… Su ventana está en lo alto de una arquitectura imaginaria en la que puede abrir —también imaginariamente— los techos, para absorber con los ojos toda la oscuridad que ocultan. Baja las persianas, apaga las luces y dispone sobre el suelo los elementos de su rara liturgia. “El mundo pende de un hilo—canta Berio— … la idea del cosmos… lo tangible y lo intangible… y las hojas muertas caen, caen, caen”. Aspira Dani a una plena libertad de movimiento, aunque el movimiento en sí, no tenga necesidad de realizarlo. De hecho, hasta el tiempo parece haberse detenido a su alrededor, o es que transcurre tan lentamente que toda acción parece eternamente postergada. Tiene el poder, pero no lo ejerce, se limita a mantenerlo desactivado allí donde nadie lo buscaría; fuera de la academia, fuera de los espacios del arte, fuera del presente. Saber conciliar los opuestos es mover montañas: ¡ojo con los detalles! No le hace falta tomar decisiones para seguir su propio destino, ni decidir entre dos alternativas porque ambas conducen a un mismo lugar: las sagradas grutas de Aurangabad. Se trata entonces de avanzar por ese laberinto, sin prisa, como alguien que ya conoce el camino, siguiendo el rastro de objetos que parecen soñarse a sí mismos. Siempre se oculta algo en ese algo que te deja ver. Los significados pueden hallarse en la superficie de las cosas, en aquello que hace olvidar la forma. Torres mayores han caído. Tras las ruinas de lo visible hay una realidad más honda a la que se accede descendiendo. No hace falta caer, aunque caer sea lo que prescriben los manuales y los mapas. Caer puede ser un ascender hacia lo hondo, y ponerse del revés, una manera de ver el cielo en la tierra. ¿Quién guardará a los guardianes?

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