Turismo de la imagen (y su remedio)

Kike Res

Texto de catálogo. El Postalero 21/22

El Postalero, Granada

Una bombilla, alzada desde el epicentro de la estructura, ilumina la estancia. Miento: dos de ellas lo hacen. A su estrecho alrededor, cientos de postales reposan sobre las rendijas del expositor en un continuo e hipnótico movimiento. La luz se filtra y orbita a través de las rendijas. Este es el paisaje que describe Con los ojos abiertos en la oscuridad (2021), la exposición individual de Oriol Vilanova en la Galería Elba Benítez, la cual ha podido verse nuevamente este año en CentroCentro. El artista catalán lleva años hurgando en mercadillos y tiendas de antigüedades en busca de postales de todo tipo (paisajes, monumentos, animales, frutas, figuras santas…), con el fin de conformar un conjunto en continua expansión. Sin embargo, la premisa de Vilanova no remite tanto al contenido sino al gesto mismo, el valor performativo que implica el coleccionismo [1] y cuyo medio es, en este caso y como acostumbra el arte contemporáneo, la imagen tangible. 

 

La iniciativa de El Postalero tiende puentes con el coleccionismo pero también con algo similar al «escaparatismo»: se trata de una fuerza centrífuga que pretende dinamizar —y dinamitar— los agentes creadores de la capital granadina. Este es un esfuerzo complejo, ya que al mismo tiempo que trata de visibilizar y dar voz a los y las artistas de la provincia, huye también de la endogamia. La capacidad de conciliar ambas tareas es la responsabilidad que recae sobre el equipo del proyecto, que colabora con el Espacio Lavadero (gestionado por Miguel Ángel Moreno Carretero) para desarrollar esta propuesta. Desgranémosla. 

 

En 1984 Perejaume acarreó un postalero de metal durante una de sus subidas al monte. Tras ubicarlo en el terreno pedregoso lo rellenó de pequeños espejos. Las fotografías que sacó el artista de estas excursiones nos muestran una colección de postales cambiantes, que reflejaban la contingencia del paisaje en un gesto inverso al que desempeñaría un estereoscopio [2]: las imágenes se perciben siempre desde fuera, generando una distancia con lo representado y el objeto que las materializa. El postalero —tanto el de Perejaume como los que encontramos en las tiendas de souvenirs— siempre devuelve la imagen de fuera, ya que refleja lo que sucede a su alrededor. Sin embargo, en su esfuerzo representativo, termina alejándonos inevitablemente de lo que pretende enseñarnos; nos expulsa: 

 

«Perejaume nos ha mostrado que cualquier encuadre y reflejo del entorno puede ser potencialmente un paisaje, una postal. (…) El cuadro y la fotografía del paisaje, la postal de esa temática también, pretenden contemplar y reproducir desde el exterior la visión o imagen del entorno. Se muestra en ella un ambiente externo que es por tanto hecho accesible a la vez que se cosifica y se crea una distancia, una separación, entre este, por un lado, y, por el otro, la imagen humanamente fabricada y su observador [3].» 

 

Es en este punto donde la propuesta que aquí nos concierne alberga cierto éxito en relación con el resto de postaleros del mundo: en el encuentro directo y cercano con la imagen, es decir, con el reflejo que pretende devolvernos. La ciudad de Granada es conocida en nuestra comunidad autónoma por su gran afluencia de pasajeros y pasajeras, a su vez divididos y divididas en dos grupos generales: turistas y estudiantes. El turismo gentrifica el centro y cosifica el paisaje, al mismo tiempo que genera un alto beneficio económico para ciertos sectores [4]. El estudiantado, por su parte, ostenta un paso por la ciudad más moderado: la habita y consume pero también aporta y enriquece, sustentando su propio motor económico [5]. Esta diferencia quizás se deba a los tiempos que cada grupo dedica a la ciudad. El paso del turismo es fugaz, mientras que los y las estudiantes pueden llegar a establecer una relación más cercana y simbiótica con la ciudad que les alberga. Algo similar sucede con la imagen. 

 

Podemos relacionarnos con la imagen de forma caprichosa, casi irresponsable, o podemos hacerlo con cierto cuidado y curiosidad, ralentizando los tiempos de nuestros encuentros. Siendo justos, lo que nos ofrece El Postalero tiene un poco de ambas, pero trata de incidir en nuestra relación con las imágenes que nos ofrece mensualmente, precisamente por el matiz relacional del proyecto. Las postales, que se renuevan en cada inauguración del Espacio Lavadero, invitan a los y las habituales a volver, a reconocer lo que se muestra y a examinar con detalle la novedosa hornada de imágenes. Este incentivo ayuda a construir un sentimiento comunitario, prácticamente festivo, de cercanía con la imagen. No obstante, no puede decirse lo mismo de la venta online de las obras, que pone en peligro esta comunión con las postales pero contribuye a su rápida adquisición y distribución por el país. 

 

En último término y como sucede en la ciudad que dio luz al proyecto, lo que queda es tan solo una cuestión de responsabilidad: ser capaces de balancearse entre el beneficio económico, que contribuye a la carrera y sostenibilidad de los y las artistas participantes, así como enriquece y promueve el coleccionismo y el micromecenazgo; y plantear relaciones más cuidadosas con las imágenes, propiciando encuentros reincidentes y divertidos donde las postales puedan reflejar un paisaje distendido, sosegado y luminoso.

 

 

  


 

 

 

[1] George Stolz, Oriol Vilanova. Con los ojos abiertos en la oscuridad. Noviembre 2021 – Enero 2022, nota de prensa, Galería Elba Benítez.

 

[2] Tonia Raquejo, El arte de crear viajando: el non-site specific, en: Miguel Cabañas, Amelia López y Wilfredo Rincón, coord., El arte y el viaje (Madrid: CSIC, 2011), 207.

 

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