Sofía Tudela
Texto de catálogo. El Postalero 22/23
El Postalero, Granada
Sábado por la tarde. Empieza a anochecer y poco a poco la calle se llena. Encontrar una mesa vacía en ese momento se vuelve motivo de celebración y lo que quiera que consuma me sabe mejor.
Me encuentro sentada en la silla de mi cuarto. Mi mirada, ágil y sensible, comienza a desplazarse por el archivo fotográfico de las exposiciones pasadas del proyecto El Postalero. Hay mucha gente y un ambiente festivo.
Continuo observando y encuentro gestos, muchos gestos. Y los imagino también. Un solo dispositivo articula toda una reunión social. Parece ser el pretexto, pero también, la ocasión para desarticular la relación del cuerpo con el espacio.
Salgo a la terraza. En frente hay una fiesta entre dos balcones. Qué suerte la suya, me digo.
Entro y me vuelvo a sentar. Son las 20.26 h. Escribo:
Acostumbradas a ser guardadas en los bolsillos o estar cruzadas entre los brazos, las manos establecen un lenguaje común e invisible en gran parte de los espacios de recepción del arte. Su movimiento depende de quien mira: esos ojos que caminan de izquierda a derecha y de abajo a arriba. Manteniendo una distancia con las piezas expuestas, las manos se (nos) encogen. Como si hasta cierto punto el mundo dejase de ser tocado por nosotrxs.
Es curioso como las palabras que utilizamos para describir el movimiento de nuestras manos -“tomar”, “agarrar”, “contener”, “prender”, “manipular”, “producir”, “elaborar”-, se han convertido en conceptos demasiados abstractos, olvidando a menudo que su significado se ha sacado del movimiento concreto que ellas producen. Me pregunto si nuestro pensamiento se habría configurado a partir de estos órganos. Imagino un calamar y sus ocho brazos. Seguramente no lo haya visto nunca escribir o calcular a no ser que pudiera gesticular con sus brazos como si de manos se tratase.
Los dedos y cómo el pulgar se opone a ellos; las yemas y cómo entre ellas se tocan; la palmas y cómo se cierran en puño; la mano y cómo ella se refleja en la otra; el objeto y cómo la mano lo agarra. No es suficiente con decir que el mundo está “al alcance de la mano” si buscamos comprender nuestra posición dentro de él. Con nuestras dos manos abrazamos el mundo desde los lados opuestos, volviéndolo perceptible, comprensible, palpable y capaz de manipulación. A diferencia del calamar no lo abarcamos desde ocho lados.
Parece paradójico como la interacción del cuerpo con un postalero puede albergar tantos gestos. Al mismo tiempo que nuestros ojos se acercan a piezas de un tamaño menor, las manos dejan de estar tan quietas. Girar, sostener, desplazar o acercarse, se hacen verbos indispensables para el encuentro con la/el artista y su propuesta. El Postalero se vuelve pretexto de festejo para la imaginación radical. Las reglas del juego -desplazarse, girar, detenerse o tocar- podrían ser las de una pista de baile. E incluso si registramos en vídeo las líneas y curvas que nuestras manos trazan, tendríamos, sin duda, una imagen de nuestro estar en el mundo.
Me pregunto en qué medida nuestros gestos determinan y movilizan a un cuerpo que parece estar atrapado por el carácter programado de su comportamiento. ¿Sería posible rebelarse contra los condicionamientos perceptivos a los cuales los rituales nos someten? ¿Cómo las prácticas artísticas permiten crear nuevos rituales desde los que establecer otros modos de vinculación con el/lxs otrx(s)?
El Postalero abre la posibilidad de contemplar una pieza como quien agarra una postal. Un gesto en el que se ponen a trabajar todos los sentidos. La distancia al objeto se acorta y al mismo tiempo nuestros cuerpos se acercan. Por momentos, la cosa se ve en detalle y el ambiente nos huele a papel, plástico y sudor.
[1] Vilém Flusser, Los gestos. Fenomenología y comunicación, Herder, Barcelona, 1994, p. 51.
[2] Ibid., p. 50.